Durante años huí de él, pero eso sólo sirvió para que a cada paso lo encontrara en mi camino, severo, justo, implacable, pero siempre mirándome con cariño, Pepe era, es mi padre.
Mi padre nació a principio de los treinta, el segundo hijo de cuatro, pero a poco de nacer perdió a su hermana mayor y cuando era sólo un niño la guerra entró en su vida. Por la puerta de su casa pasaban los camiones para fusilar a los vecinos, primero a los de un bando y luego a los del otro.
No tuvo una vida fácil, pero nunca se quejó. Nunca tuvo vacaciones pagadas, pero en casa nunca faltó de nada. Era carrocero, como su padre, mi abuelo, un trabajo duro y peligroso, pero que a él le encantaba.
Dicen que yo, desde muy pequeño le llamaba Pepe, pero luego nuestros caminos se distanciaron y es que éramos demasiado iguales para poder convivir, por eso durante años hui de él, le negué y le negué todo tipo de cualidades y, sin embargo, cuanto más lejos me sentía, más me parecía a él. Hasta que por fin un día dejé de huir y allí estaba, esperándome, sin reproches, con cariño, serio, pero con una sonrisa que me decía que siempre había estado esperando mi regreso.

Este año ha hecho once que se marchó, pero no pasa un sólo día en el que no lo tenga presente en mi camino, en el que no recuerde todo lo que hizo por mi, en el que no me arrepienta de lo ingrato que fui y en el que no me alegre de haberme dado cuenta a tiempo de lo importante que eras y eres para mí.
Pepe, gracias por todo. Papá, sabes que nuca te olvidaré.
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